martes, 22 de septiembre de 2015

FRANKENSTEIN (PRIMERA PARTE) y (SEGUNDA PARTE)


CAPITULO I :
Mi origen es ginebrino y nací en el seno de una de las familias más distinguidas del país. Desde tiempo atrás, mis antepasados se desempeñaron como consejeros o síndicos, y mi padre había cumplido con honradez y consideración los numerosos cargos públicos que había ocupado. Quienes le conocían le respetaban a causa del infatigable entusiasmo y de la integridad que mostraba en sus puestos políticos. Había pasado su juventud entregado por entero a los asuntos de su patria. Y por diversas circunstancias no se casó a una edad temprana y sólo pudo convertirse en padre de familia al llegar el ocaso de su vida.
Como hay algunas circunstancias de su matrimonio que ilustran su personalidad, no quiero continuar adelante sin mencionarlas. Tenía por mejor amigo a un comerciante que, tras haber disfrutado de una buena posición económica, se había visto reducido a la miseria a causa de varios tropiezos económicos. Ese hombre, llamado Beaufort, era orgulloso, y no fue capaz de resistir esa vida de miseria al haber perdido su posición en la sociedad donde se había distinguido por su riqueza. Por lo tanto, saldó todas sus deudas y se retiró a vivir en compañía de su hija a la ciudad de Lucerna, ignorado de todos, casi en la más absoluta pobreza. Así pasaron varios meses. En este lapso empeoró el estado de su padre y tuvo que dedicar un mayor tiempo a su cuidado. Sus ingresos disminuyeron y, a los diez meses de su partida, Beaufort murió en sus brazos dejándola huérfana y en la mayor miseria. Esta última desgracia la sumió en la desesperación. Mi padre la encontró, llorando amargamente sobre el ataúd. La pobre muchacha lo vio como un espíritu protector y se puso por completo en sus manos. Después del sepelio, mi padre la llevó a Ginebra y la puso al cuidado de una familia amiga suya. Transcurridos dos años la convirtió en su esposa.
Había una gran diferencia de edad entre mis padres; sin embargo, esta circunstancia parecía unirles con mayor intimidad en su mutuo y profundo amor. 



CAPITULO II
   
Nos criamos juntos. Apenas si nos llevábamos un año de diferencia y creo inútil señalar que no conocimos un desacuerdo o una disputa que nos hiciera reñir. Nuestro convivir era en la más completa armonía y las diferencias que pudieran existir entre nuestros respectivos caracteres, en vez de separarnos, nos unían aún más.
Elizabeth tenía un temperamento más tranquilo e introvertido que el mío; sin embargo, a pesar de mi vehemencia, yo era más capaz de concentrarme y mi ansia de conocimiento sobrepasaba en intensidad a la suya. Amaba las inspiradas creaciones de los poetas y se asombraba y maravillaba ante los impresionantes paisajes suizos que rodeaban nuestra casa. Todo le causaba sorpresa y la deleitaba: las sublimes formas de las montañas, el cambio de las estaciones, el estruendo de las tempestades y la placidez de los campos; el silencio del invierno y la vida turbulenta de nuestros veranos alpinos.
Mientras que mi compañera contemplaba tranquilamente los aspectos maravillosos de las cosas, yo preferí, en cambio, el placer de investigar y descubrir sus causas. El mundo era para mí un gran secreto que aspiraba a conocer. La curiosidad, la más tenaz investigación de las leyes ocultas de la naturaleza y la alegría que me embargaba al serme reveladas, fueron para mí, las primeras sensaciones que puedo recordar.
A! nacer su segundo hijo, yo tenía siete años y mis padres renunciaron por completo a su vida de viajes y se instalaron en su país natal. Eramos dueños de una casa en Ginebra y una villa campestre en Belrive, en la orilla este del lago, aproximadamente a una legua de la ciudad. Residíamos principalmente en esta propiedad campestre y la existencia de mis padres transcurría en el más completo retiro. Yo también prefería evitar el contacto con la muchedumbre para dedicarme por entero a unas cuantas personas. Por lo tanto mis compañeros de escuela me resultaban indiferentes, pero me unía con uno de ellos una estrecha amistad.Fue un vigoroso esfuerzo del espíritu del bien, pero resultó ineficaz. El destino tenía demasiado poder y sus leyes inmutables habían decretado mi destrucción.




CAPITULO III

Al cumplir los diecisiete años, mis padres decidieron que prosiguiera mis estudios en la Universidad de Ingolstadt. Hasta entonces yo sólo había estudiado en escuelas de Ginebra, pero consideraron necesario que para perfeccionar mi educación conociese métodos pedagógicos distintos a los que eran habituales en nuestro país. Así pues, mi partida se fijó para una fecha próxima; pero antes de ese día, la primera desgracia de mi vida debía herirme cruelmente, presagiando en parte mis sufrimientos futuros.
Elizabeth contrajo la escarlatina y su estado llegó a ser tan grave que nos hizo temer un fatal desenlace. Durante su enfermedad habíamos tratado de convencer a mi madre para que no se aproximara al lecho de la enferma. Al principio ella había accedido a nuestros ruegos; pero cuando supo que la vida de su pequeña y querida hija corría peligro, no fue capaz de soportar la angustia. Quiso cuidarla con sus propias manos, no se apartó de su cabecera y, gracias a sus desvelos, la enfermedad fue vencida. Elizabeth se salvó, pero la devoción que mi madre demostró fue fatal para ella. Al tercer día cayó enferma, la fiebre fue acompañada de síntomas alarmantes y era suficiente con mirar el rostro de quienes la cuidaban para comprender que debía temerse lo peor.


CAPITULO IV 

A partir de aquel día, las ciencias naturales y más particularmente la química, se convirtieron casi en mi única ocupación. Leía con ardor los libros llenos de genio, inteligencia y sabios conceptos, que los modernos investigadores han escrito sobre estos temas. Asistía con regularidad a las conferencias que se daban, y frecuentaba la companía de los profesores de la Universidad, llegando incluso a encontrar en el señor Krempe un elevado sentido de la ecuanimidad y un profundo conocimiento, que sus repulsivas facciones y bruscas maneras me habían impedido apreciar en un principio. En el señor Waldman encontré un buen amigo, poseedor de una gentileza que estaba siempre lejos del dogmatismo. Sus indicaciones nos llegaban a todos con tanta cordialidad y franqueza como falta de pedantería, y en cuanto a mí, se preocupó de mil maneras distintas de allanar el camino de mis conocimientos, clarificando mis mayores dudas y haciéndolas aparecer sencillas para mi capacidad de comprensión. En los primeros días, mi aplicación fue algo irregular e insegura; pero con mis progresos fue ganando fuerza y muy pronto mis deseos de aprender me llevaron a ver cómo se extinguían las estrellas en el firmamento, mientras yo seguía todavía trabajando en mi laboratorio.sí fue como, dominado por estas sensaciones, me lancé a la creación de un ser humano. Dado que algunas partes del cuerpo son de muy minúsculas dimensiones, lo cual representaba un obstáculo para progresar con rapidez, resolví dejar a un lado mi idea inicial y hacer un ser de proporciones gigantescas, que midiese ocho pies de alto. Mi padre, en las cartas que me escribía, no me hacía reproche alguno. Más bien al contrario, pues sólo demostraba su intranquilidad con ligeras alusiones a mi silencio y discretas preguntas sobre la naturaleza de mis ocupaciones. El invierno, la primavera y el verano 


CAPITULO V : 
Una triste noche del mes de noviembre pude, por fin, ver realizados mis sueños. Con una ansiedad casi agónica dispuse a mi alrededor los instrumentos necesarios para infundir vida en el ser inerte que reposaba a mis pies. El reloj había dado ya la una de la madrugada, y la lluvia tamborileaba quedamente en los cristales de mi ventana. De pronto, y aunque la luz que me alumbraba era ya muy débil, pude ver cómo se abrían los ojos de aquella criatura. Respiró profundamente y sus miembros se agitaron con un estremecimiento convulsivo.
Quisiera poder describir las emociones que hicieron presa en mí ante semejante catástrofe, o tan sólo dibujar al ser despreciable que tantos esfuerzos me había costado formar. Sus miembros, eso es cierto, eran proporcionados a su talla, y las facciones que yo había creado me llegaron a parecer bellas ... ¡Bellas! ¡Santo cielo! Su piel era tan amarillenta que apenas lograba cubrir la red de músculos y arterias de su interior; su cabello, negro y abundante, era lacio; sus dientes mostraban la blancura de las perlas ... Sin embargo, esta mezcla no conseguía sino poner más de manifiesto lo horrible de sus Vidriosos ojos, cuyo color se aproximaba al blanco sucio del de sus cuencas, y de todo su arrugado rostro, en el que destacaban los finos y negros labios. Paso el tiempo y Frankenstein planeaba volver a casa pero su regreso se fue posponiendo 7 meses hasta que el y Henry fueron a un tour Ingolstadt. 


OPINIÓN: 


ESTA OBRA ME AH GUSTADO MUCHO YA QUE ES MEDIA ESCALOFRIANTE , ME GUSTA COMO CREA A UN HUMANO , LA HISTORIA MUESTRA LA RESPONSABILIDAD DE LOS PADRES A CUIDAR Y PROTEGER A SUS HIJOS , HABLA TAMBIEN DE LA IMAGINACION DE LAS PERSONAS.